Muerte en Zamora by Ramón Sender Barayón

Muerte en Zamora by Ramón Sender Barayón

autor:Ramón Sender Barayón [Sender Barayón, Ramón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1990-01-01T00:00:00+00:00


IX. ENTREVISTAS EN ZAMORA

A mi regreso a España, repetí el viaje de Amparo desde Segovia a Zamora. «Cuando vayas a Zamora, lleva cuidado con lo que dices —me habían advertido—, porque allí no hay medias tintas. Sólo hay los que dieron los palos y los que los recibieron. Muchas veces los culpables dicen que no, que no fueron ellos. Y si vive Miguel Sevilla, dile: “Soy el hijo de Amparo Barayón y vengo a enterarme de por qué murió”».

El paisaje del llano cambió gradualmente hasta convertirse en colinas. Más allá, una inclinada meseta puntuaba el horizonte. Pasamos traqueteando por un puente de caballete sobre las copas de los árboles, hacia la ribera norte del río Duero. En los riscos apareció Toro, el pueblo donde estuvieron encarcelados, los hermanos de Amparo. Zamora, la cuna de Amparo, se veía más allá de la neblina violeta del atardecer. Ahora, a pesar de todas las advertencias, iba a encontrar la verdad.

Nos vino a recoger mi prima Chori, la hermana menor de Magdalena, con su marido. Su corto pelo cano hacía juego con el mío, era una mujer de sólidas hechuras, fuerte mentón y ojos profundos. Su marido tendía a la calvicie, su cara cuadrada comenzaba a asentarse hacia el cuello. Los dos parecían bastante nerviosos.

Tomando aperitivos en su piso, Chori sacó a relucir su preocupación por que no se publicaran nombres en mi libro:

—Los culpables ya han muerto —dijo—. Los hijos no deben sufrir por los pecados de sus padres.

—¿Quiénes fueron? —pregunté—. Oímos algo de un tal Viloria.

—Sí, Viloria fue el que mató a Amparo. Pero Miguel Sevilla, el marido de mi tía Casimira, también tuvo algo de culpa. Pudo haberla salvado, porque tenía muchos amigos en la Falange, y muchas influencias en la Iglesia. Además, Casimira les daba clases de francés a los niños del gobernador militar Claomarchirán.

Miguel Sevilla. Magdalena lo había nombrado en su primera carta a mi padre.

—¿Por qué no intercedió por Amparo? —pregunté.

—Tenía miedo.

—¿Qué ha sido de él?

Chori se encogió de hombros:

—Se fueron a Sevilla y ya han muerto. El resto de la familia no quería ni nombrarlos.

No sé si hubiera preferido para él una muerte violenta, o una larga vida cargando con sus culpas. Era demasiado tarde. Yo había llegado demasiado tarde. Cualesquiera que fuesen mis sueños de venganza, de confrontar a los responsables, tenía que olvidarlos.

—Viloria murió loco en un manicomio —añadió Chori—, despreciado por todos. No supimos nada de vosotros durante años. Una noche oímos a tu padre hablando por la radio y habló de ti y de tu hermana. Nos pusimos contentísimos al saber que estabais sanos y salvos, en América. Magdalena escribió enseguida. La segunda vez que escribimos fue cuando encarcelaron a Magdalena.

—¡No sabíamos nada de eso! —exclamé.

Chori explicó que se le había negado a Magdalena la entrada a la Universidad de Salamanca, a pesar de sus excelentes notas, porque sus dos tíos y su tía habían sido fusilados, acusados de comunistas. Poco después la encarcelaron durante dos años. Su padre le escribió a papá explicando lo que había sucedido.



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